lunes, 10 de noviembre de 2014

The game is (not) over

El Auditorio Nacional de Madrid acogió ayer la presentación en España de Video Game Live, una propuesta que lleva ya varios años recorriendo el mundo entero. Se trata de una combinación de música, imágenes, luces y... mucho espectáculo, que tiene como eje central los videojuegos.

Un espectáculo que funciona muy bien, como se pudo comprobar ayer. Liderado por Tommy Tallarico, compositor de bandas sonoras para videojuegos y creador de esta propuesta, ha conseguido llenar espacios –algunos de ellos consagrados a la música clásica– con un público muy joven, punto que quiso aclarar: «Los videojuegos no son una cosa de niños pequeños como piensan mucha gente». Confirmando así lo que era evidente: que el núcleo duro de esta industria tiene un público entre los 15 y los 30 años.

La responsable de traer Video Game Live a nuestra país por primera vez ha sido la Orquesta y Coro Nacionales de España, y su director técnico, Félix Alcaraz, que lo ha programado dentro de la temporada que lleva por nombre «Revoluciones». Un término que abarca muchos conceptos pero que en el caso de ayer era claro: apostar por iniciativas poco convencionales -al menos aquí en España-, que atraigan a un público nuevo, porque de él depende la supervivencia de las salas de conciertos.





Con las entradas agotadas desde hace semanas, el paisaje humano que se pudo ver en el Auditorio Nacional era muy diferente al habitual. El silencio litúrgico y protocolario al que estamos acostumbrados dejó paso a la espontaneidad de los aplausos, risas y ovaciones, que el propio Tallarico alentó. «Hacedlo cuando lo sintáis», arengó al público.

Instrumentos clásicos, sintetizadores, guitarras eléctricas, tres pantallas gigantes en las que se proyectaron fragmentos de videojuegos e imágenes de la propia orquesta, cañones de luz... Todo ello «profanó», dirían algunos, durante algo más de una hora el santa santorum de la música clásica, donde unos días antes había actuado –y deleitado– la Sinfónica de Londres, bajo la batuta de Bernard Haitink. Esto demuestra que ambas ofertas pueden convivir, y que uno no excluye al otro. Y también que es preciso no olvidarse de que hay otro público, el del siglo XXI, que maneja otros lenguajes diferentes.

Lejos de profanar, en mi opinión, lo sucedido ayer resultó refrescante. Ver cómo se rompía ese muro invisible que divide a los públicos culto y popular fue alentador. Y resultó fascinante observar el silencio de estos jóvenes al escuchar la música, y su explosión de júbilo al concluir.

Pero además del ambiente de fiesta que se vivió, este espectáculo también tuvo su parte didáctica, sin parecerlo. Tallarico, que participó con la guitarra eléctrica en algunas de las interpretaciones, acompañando a la Orquesta y Coro Nacionales, dirigidos por Emmanuel Fratinni, hizo también de maestro de ceremonias: lanzando mensajes sobre el peso de los videojuegos en la cultura del siglo XXI, y la presencia que en ellos tiene la música sinfónica. Descubriéndoles de dónde procedían esos sonidos que arropan sus fantasías y animándoles a volver para repetir la experiencia de escuchar a los músicos de la ONE (aplaudidos ayer como si fueran los Rolling Stones).






No sé cuántos de estos jóvenes regresarán al Auditorio Nacional, pero tal vez la curiosidad –divino tesoro que muchas veces se pierde con la edad– arrastre a algunos de ellos. Esto demostrará que hay futuro para la música clásica, las salas de conciertos y que the game is (not) over.

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